Durante años me martiricé pensando en que dejaba todo a medias. Todo. Porque para mí, era algo totalmente generalizado que parecía serlo también para los que tenía a mi alrededor, quienes solían tirarme tallas con la cantidad de cosas que hacía, todo lo que estudiaba, las mil y una ideas que se me ocurrían para emprender, o las pegas en las que había trabajado.
Si bien había terminado –y con buenísimas notas– mi carrera de Periodismo, y me había titulado y trabajado también de Locutora y, más tarde, de Doblajista, todo eso parecía haber perdido peso en esa nebulosa en que parecen flotar las carreras que tienen “mala fama”. Esas con las que “jamás vas a ganar bien”, o en las que uno “levanta una piedra y encuentra un Periodista”. Justamente, las carreras que me apasionaban.
Toda la inseguridad que había acumulado hasta ese minuto de mi vida de repente se vio incrementada a su máxima expresión cuando, después de casarme, decidí entrar a estudiar Diseño Publicitario (sí, adivinaron; otra carrera con “mala reputación”). Lo que sucedió, es que congelé al segundo año con la promesa de terminarla “más adelante”, cosa que, evidentemente, jamás pude hacer. No fue por floja, ni por que tenía dudas, sino porque mi primer embarazo no quería hacer las paces con el fuerte cáncer de mi papá y su posterior fallecimiento, menos aún pasando de largo día por medio entre trabajos grupales y fechas de entrega para nada flexibles. Era demasiada la carga emocional, y quería poder estar con mi papá esos pocos meses que le quedaban, que pudiera al menos ir viendo cómo crecía mi guata, su primer nieto, especialmente porque sospechaba que no alcanzaría a conocerlo.
Aún así, aún con una justificación de esa magnitud, el haber dejado Diseño me pesa hasta el día de hoy. De alguna manera, muchas de las personas que tenía cerca en ese momento estaban de acuerdo con que ese acto, anulaba todos mis esfuerzos anteriores. Dejó de importar que tuviera más de un título. Dejó de importar lo bien que me había ido. Dejó de importar lo buena que era en Diseño, lo bien que me iba. Dejó de importar todo porque, desde ese momento, me convertí en la Dani que “no se la pudo”. En la Dani que nuevamente había estado “jugando a estudiar”, porque todo lo que elegía era “poco serio”, o “generaba pocas lucas”. Y ese bichito empezó a crecer tanto que no sólo terminé por creerlo, sino también, por comenzar a vivir mi vida desde esa posición. Me había convertido en una persona que abandonaba. Que hacía cosas de poco peso. Que no tenía ni idea de lo que quería en la vida.
Lo primero que quiero decirles al respecto, es que existen las personas tóxicas y yo solía rodearme de ellas. Había gente a la que le había dado demasiado poder de opinión sobre mí. Pero, lo más grave, es que dejaba que sus opiniones me afectaran a niveles muy poco saludables. Me veía a través de sus ojos. Ojos que no tenían empatía, que jamás conocieron la creatividad o el arte. Ojos pertenecientes a cabezas obtusas y mentes limitadas. Me costó años darme cuenta, y otros más de terapia para atreverme a salir de ahí. Hoy puedo decirte, si te sientes de alguna manera identificada con todo esto, que ese fue el primer acto importante de amor propio que recuerdo haber hecho.
Fueron muchos años pensando de mí todo lo que les he contado. Mirándome así. Sintiéndome menos que el resto sin entender verdaderamente el por qué. Pero hoy, más sana emocionalmente y más consciente de todo esto, ¡lo veo tan distinto!
Yo nunca abandoné nada. NUNCA. Yo lo decidí, que es muy distinto. Decidí dejar una carrera porque opté por mi bienestar, por estar con mi papá los pocos meses que le quedaban. Y cuando murió, a pesar de la pena que me acompaña cada día de mi vida, nunca sentí que tuviera nada pendiente con él justamente gracias a mi decisión, que nos permitió hablar de todo antes de su partida.
Todos los emprendimientos que tuve, desde hacer cupcakes para eventos, tener una tienda de ropa online (se llamaba El Ropero <3), hacer cojines de nudo (los primeros en Chile), y varios otros, fueron exitosos. MUY exitosos. Y no seguí simplemente porque fue ahí cuando me di cuenta de que eso no era lo que quería hacer de manera constante. Todo lo que estudié, incluyendo lo poco que alcancé a hacer de Diseño, lo he llevado a la práctica. Me ha ayudado a ser quien soy, a convertirme en la Dani con Lápiz. En todos mis trabajos anteriores, antes de independizarme, duré como mínimo un par de años, y en TODOS sé que fui un aporte. (Ya les conté que en el último hasta me ofrecieron ser socia). Y justamente porque he hecho tantas cosas, o he sabido respetar esos tiempos en los que simplemente no sé qué quiero, es que hoy me conozco lo suficiente como para saber qué me gusta y qué no, y para decidir por mí misma cada paso que doy.
Así que no, querida. Nosotras no nos rendimos. Nosotras nos reinventamos una, dos, tres veces y todas las que sean necesarias hasta dar con eso que nos haga vibrar. Y si aún no lo encuentras, sigue reinventándote. Porque de eso se trata. De entender que lo que nos pasa y lo que podemos lograr, es una elección que tomamos todos los días.
Un abrazo,